Despues de una prolongada estancia en La Tierra, emprendi un viaje con objeto de visitar los lugares predilectos de mis expediciones de antaño: los grupos esfericos de Perseo, la constelacion de Aries y la gran nube estelar del nucleo de la Galaxia. Constate en todas partes unos cambios que no me es agradable describir, ya que no son unas mejoras. Se habla mucho ahora de las facilidades del turismo cosmico. No cabe duda que el turismo es una cosa estupenda, pero todo debe tener sus limites.
Los desordenes comienzan a la vuelta de la esquina. El cinturon de asteroides entre la Tierra y Marte se encuentra en un estado deplorable. Aquellas rocas monumentales, antaño sumidas en las tinieblas, estan profusamente iluminadas con luz electrica y, por añadidura, no queda una piedra sin iniciales e inscripciones laboriosamente grabadas.
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... A causa de la nube de inmundicias aumentan las manchas solares. Recuerdo todavia los tiempos en que el mejor regalo para un niño era la promesa de una excursion dominguera a Marte, ¡y ahora los chiquillos caprichosos no quieren tomar el desayuno si el padre no provoca adrede para ellos la explosion de una Supernova! ¡Si continuamos malgastando por capricho la energia cosmica, ensuciando los meteoritos y los planetas, devastando los tesoros de la Reserva, dejando tras nosotros en los espacios galacticos cascaras, envases y papeles sucios, arruinaremos el universo, lo convertiremos en un gran vertedero de basura! Es hora de recapacitar y aplicar estrictamente los reglamentos vigentes. Convencido del peligro que aumenta a cada momento de demora, lanzo un grito de alarma a la humanidad: ¡Salvemos el Cosmos!