Hay que estar preparados para aceptar la información que nos llega a través de la visión periférica. Eran las 08:42 de esta mañana y un pequeño pero luminoso ribete dorado destacaba entre las colinas que conforman el precioso horizonte que tengo la fortuna de disfrutar desde casa. Miraba a través de la ventana que permite expandir la vista mientras uno se afana con la ducha matutina. El efecto duró apenas dos escasos segundos, mientras el sol se alza glorioso y sus primeros rayos se difunden y amplifican con los árboles no resueltos que configuran la línea final del horizonte. Este pequeño y efímero detalle engloba todas las definiciones y conceptos de belleza, perdido en la pequeñez del tiempo y del espacio, de la cotidianeidad y del ajetreo de las actividades comunes, es posible percatarse de la profunda belleza casi infinita de un instante.
Los que leéis esto, ya sea que vengáis desde Puebla o desde Cambridge, desde Barcelona o Sevilla, desde Tenerife o Chiclana, desde Nottingham o desde München, desde Brighton o desde Madrid, si esta semana tenéis la fortuna de estar por Granada, no dejéis de visitar el Pabellón del Sol en el Paseo del Salón.