numinoso, sa.
numen.
Sugería Miguel hace unos días poner alguna luz sobre los fenómenos que ocurren en el famoso triángulo de las Bermudas, en particular comentar la existencia de bolsas de metano como posible explicación del hundimiento de los barcos. Miguel sabe mucha Física, es un escéptico y un humanista redomado y nunca ha prestado mayor atención a los ‘fenómenos tangenciales a la realidad’.
Los primeros registros históricos son del viaje de descubrimiento de Colón, que ya tuvo problemas con la brújula y en el que vieron luces, y meteoros extraordinarios. Shakespeare inmortalizó esta zona del mar de los zargazos en La Tempestad (basada en un hecho real), que se hizo famosa como Triángulo de las Bermudas en 1974 con el libro de Berlitz, un recuento inexacto y sesgado de algunas desapariciones importantes. Sin embargo, parece que la réplica, escrita en 1975 por Kusche no tuvo tanto revuelo popular; y es que en ella se ponen en contexto científico los fenómenos en este mar. Se describe cómo el número de desapariciones/accidentes no es mayor estadísticamente que en cualquier otro lugar, dada la densidad de tráfico aéreo y marítimo en esta zona. Se proponen y describen los efectos de bolsas de hidratos de metano, que se han descubierto en la plataforma continental mar adentro. Estas bolsas, del tamaño de decenas a cientos de metros, tienen precisamente el efecto que Miguel describe: disminuyen tanto la densidad del agua que la flotabilidad del barco ya no es factible, así que sin preaviso los barcos se hunden de repente. Las mismas bolsas sirven para que la mezcla combustible de los aviones pierda su poder explosivo y los motores se paren. Además, cuando los aviones basaban su altura en los barómetros, el cambio de presión en una bolsa no detectada hace que el piloto tienda a bajar creyendo que está subiendo, y directamente se estrella en el mar, de manera voluntaria (aunque ignorante). El cambio de presión en una bolsa, hace el mismo efecto que casi todos hemos experimentado (aunque a menor escala) que las desagradables turbulencias que nos levantan el estómago en algunos vuelos.
En fin, existen más fenómenos curiosos en esta zona, como la niebla electrónica, que hace dejar de funcionar correctamente los aparatos electrónicos. Curiosamente, aquí la brújula marca el verdadero norte geográfico, en lugar del magnético, por lo que la navegación a brújula no es fiable (en la actualidad el GPS evita algunos de estos problemas); este efecto no es debido a la línea agónica (la que corre N-S con declinación magnética cero) que pasa más al oeste del triángulo. (Alguien tendría que darnos una tertulia sobre la naturaleza y variaciones del campo magnético terreste, que es un tema fascinante.) Existe una zona de similares características peculiares justo al sur de Japón, conocida como el mar del diablo, pero esta no es tan famosa, aunque es bien conocida de los pescadores japoneses.
Con las toneladas de papel que se han escrito sobre el tema, mi particular resumen de esta historia es muy breve: a pesar de todo el tráfico de la zona, la aseguradora marina Lloyd’s of London no carga prima extra para los barcos que circulan por la misma. Ustedes juzgen.
Es interesante pensar que, como tantas otras historias, esta nos habla de la necesidad del ser humano por entender y explicar los fenómenos que le rodean. Me imagino que hay mucha literatura sobre el tema, pero dada mi ignorancia voy a especular un poco. Y como dicen que la ignorancia es atrevida, aquí va:
Hipótesis: La ciencia y la religión tienen un origen común. A saber, surgen de la necesidad del ser humano de entender y explicar su entorno.
Sí, sí, ya oigo los murmullos, el rechinar de dientes, el rasgarse las vestiduras...
He de confesar que siempre me ha interesado el fenómeno religioso, y lo he estudiado relativamente a fondo (para los estándares modernos) en sus diversas dimensiones. Para mí, el hecho religioso es un aspecto inequívoco, incontrovertible del individuo humano. Tiene dos dimensiones experienciales: Hacia fuera nos sirve de refugio de lo numinoso, que está más allá de nuestro entendimiento, y así achacamos a entidades virtuales (dioses, espíritus o, en la modernidad, los extraterrestres). Hacia dentro nos permite experimentar los más recónditos rincones del complejo sistema de consciencia que es cada individuo. Esta segunda dimensión ha sido siempre mi debilidad: el explorarme en todos los sistemas, recovecos y relaciones, físicos, mentales, emotivos, fisiológicos, sensitivos, conscientes, inconscientes, subconscientes y supraconscientes. Es una fuente inagotable de entendimiento el conocerse uno mismo. A mí por lo menos me encanta. Estoy encantado de conocerme.
Curiosamente, la religión y la ciencia pueden ser actividades que coexistan perfectamente en el mismo individuo, ambas a nivel profundo. Mi ejemplo favorito es el del cardiólogo hindú que tras su jornada en el quirófano, siguiendo los más sofisticados protocolos de asepsia como un profesional del más alto nivel, sale del hospital y se sumerge en el Ganges para purificarse.
Ahora, además de la religión para satisfacer nuestra necesidad de explicaciones, contamos con la ciencia. Esta capacidad de razonar que nos hace especiales ha estado ahí siempre, pero sólo en los últimos tres siglos se ha potenciado, desarrollado y madurado estructurándose en un corpus de disciplina que la hace tan poderosa: datos, reproducibilidad, objetividad. Notad que la capacidad de razonar no es suficiente por si misma. Por supuesto que la ciencia no deja de ser una actividad humana y como tal está sujeta a contaminación que le viene ‘de fuera’: ¿cuántas veces no usamos el criterio de autoridad, o queremos razonar científicamente algo que cae fuera de espacio de la ciencia?, etc. Pero los resultados están ahí, aquí, allá y acullá. Da vértigo pensar el conocimiento que tenemos del Universo en todas sus escalas, desde <10-15 a >1030, y dimensiones, contenedor y contenidos. Y eso que apenas hace tres siglos que la Royal Society se debatía por sobrevivir los dolores del parto del método científico, entre la alquimia y la química.
¡Qué poderosa la combinación de ciencia y democracia!
El cocktail de la objetividad razonada y del valor de cada individuo que cuenta ha hecho posible el desarrollo de esta sociedad en la que algunos tenemos la suerte de vivir.